domingo, 8 de março de 2009

La pretenciosidad indie
«Los iconos – el Che Guevara, Marilyn, James Dean, Maradona, Bob Marley, Nelson Mandela, la furgoneta Volkswagen Westfalia de los hippies, la hoz y el martillo, la A del signo anárquico, Tim Burton y sus muñecos, etc. –, poseen la virtualidad de suministrale a uno una identidad personal evitando la costosa tarea de pensar, estudiar, confrontar la historia verídica com una atribución mediática. Es una identidad vicaria y epidérmica, pero es más llevadera que la abstención pura, bartlebyana.(…) La vigencia del pensamiento mítico queda probada una vez más por el reciente éxito del biopic protagonizado por Benicio del Toro. Opino que el director no sólo ha dedicado seis años de rodage hagiográfico para rentabilizar en entradas la mitomania guerrillera, lo que le convertiría en un simple cínico codicioso; sino algo mucho peor: Soderbergh se encuentra sinceramente fascinado, acríticamente seducido por el icono barbudo de la boina. Y este es el sintoma malo de verdad, que los directores de cine resulten intelectualmente asimilables a sus espectadores más pueriles.
Más grave se antoja la pretenciosidad de cierto sector social, autodenominado indie (independiente), que deplora como nosotros la mercantilización de la cultura… para acabar adorando el becerro de oro de productos culturales alternativos, igual de caros e igualmente ayunos de valores estructurales que aquellos mayoritarios en cuya denostación basan la noción de prestigio. Solo hay que dar un paseo por el madrileño barrio de Malasaña o por la calle Fuencarral. Tiendas carísimas de prendas raídas venden a los jóvenes incautos una supuesta autonomia de criterio y la pretendida resistencia a la uniformización representada por los grandes centros comerciales. (…) La misma noción de exclusivismo venden en la calle Serrano a los yuppies, quienes están tan interesados como los indies en que se reconozca a simple vista donde realizan sus compras (…), como queriendo transmitir al resto de viandantes la bondad de sus corazones latente bajo la crisálida de triste extravagancia a la que el capitalismo salvaje los tiene condenados.
Una viaje reciente a Paris le sirve a uno para constatar idéntico fenómeno en la otrora capital mundial de la cultura. La famosa margen izquierda del Sena está recorrida por las simpáticas casetas de los vendedores de libros, al estilo de una cuesta de Moyano kilométrica y paralela al rio. En esas casetas, además de viejos libros de bolsillo a precio de saldo – sobre todo novelas de intriga y misterio, aunque hay también viejos clásicos y títulos de gran impacto generacional, como algunos de Freud, Foucault o Lévi-Strauss -, se exponen principalmente pegatinas, pósters, postales, cromos, cuadritos y estampas de todos los iconos pop imaginables, desde Sinatra a Morrison, pasando por un Sartre más citado que leído.(…) El negocio de estos tenderos, me cuenta un amigo de Paris, seria ruinoso de no ser porque el propio ayuntamiento subvenciona su simbólica presencia, que tanto tipismo y gloria añeja aporta a la orilla del viejo rio. Esta forma de publicidad, más preocupada de sostener una imagen que de la oferta y demanda real de una cultura meritória, resume a la perfección la situación que venimos denunciando y que está vigente en todo el mundo. (…)
En Paris parece obligatorio ser escritor, fotógrafo o cosa por el estilo, porque allí hasta los vagabundos recitan versos, se diria. Ahora, los supuestos indies de medio mundo que viven de alquiler en la capital gala lamentan que Sarkozy vaya a acabar con el verguel de libertades sociales y exuberancia cultural de Paris, identidad que juzgan una conquista de la izquierda. Sin embargo, Hugo, Pasteur, Foucault, los urbanistas de Napoleón III, Flaubert, Renoir, Baudelaire (también), y De Gaulle eran consumados burgueses. Lo era igualmente Sartre, de hecho, y todos sus estudiantes atrincherados. (…) Un amigo español, profesor en la Sorbona y ya con años de residencia en la ciudad, me confirma que el clasismo parisién se manifiesta relampagueante en cuanto alguien contesta a la pregunta: En qué distrito vives? Porque todos saben que tal número o tal outro corresponde a un Salamanca, o bien a un Usera. O sea, que por debajo de la cosmética integración racial, encontramos los mismos atavismos de identidad pobre o rica ya diagnosticados por Marx. Lo mismo sucede en cualquier gran metrópoli moderna. (…)»

Conclusión
«El panorama esbozado en estas líneas está dominado por los tonos de una crítica melancólica y desabrida, ya que es la postura que, por minoritaria, estimamos más urgente adoptar. Pero es indudable, como hemos dicho antes, que la presente coyuntura ofrece también posibilidades magníficas a la excelencia. Por un lado, el modelo democrático neoliberal que sostiene la sociedad de consumo ha derrotado afortunadamente a otros paradigmas políticos y socioeconómicos donde la cultura era dirigida, y por más que la dirijan ministros geniales hacia elevados criterios – que no fue el caso, además – el arte sólo florece en libertad. Y en segundo lugar, la instauración del consumismo obliga a generar ofertas de todo o tipo, y entre la máxima cantidad se encuentra más facilmente la anhelada calidad. (…) [Sin embargo] su hegemonia ha convertido la cultura en un confuso melting pot de lo popular y lo excepcional en donde muchos no sabrán como encontrar y discernir lo mejor. Contra lo que quiera vender la demagogia relativista, no es lo mismo Madonna que Haendel, y ni siquiera que Dylan. No desarrollará lo mismo las potencias cognitivas del ser humano la lectura de Vasili Grossman o Enrique Vila-Matas que la de Ken Follet o Carlos Ruiz Zafón. En esa tarea de desbroce los críticos son, por tanto, más necesarios que nunca. Su labor es contrariar la anulación de las jerarquías que persigue por naturaleza el mercado, para afirmar categóricamente que hay cultura mejor y cultura peor. Que aunque estén desacreditados los viejos sistemas de legitimación cultural, existe un marco de significados arraigados en la psique y las emociones humanas a los que la cultura debe seguir apelando para poseer un valor, el que le corresponda. Si no, en todo o caso, queda la esperanza de encontrar tipos afines predicando en el desierto, y hacer amigos.»
[Segunda e última parte do artigo de Jorge Bustos publicado na Nueva Revista, nº 119]

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