sexta-feira, 6 de março de 2009

«El arte nunca ha sido democratico. Y sólo cuando ha empezado a serlo, ha dejado de ser arte. No quiere esto decir que el mero hecho de que un artista resulte indescifrable lo convierta en un génio. (…) El arte se ha vendido siempre. Miguel Ángel no esculpia gratis, ni Velásquez retrataba por puro gusto, ni Cervantes pudo publicar su famosa novela sin adular bajunamente al noble de turno. Lo que sucede es que hoy no hay nobles, ni reyes, ni papas y cardenales expertos y sofisticados como Júlio II o Scipione Borghese, sino una gran multitud de personas que compran entradas de cine o libros en las grandes superficies y que no han podido dedicar años al cultivo de su gusto; (…) Y sobre todo, carecen de formación porque sus padres fueron iguales que ellos, y la biblioteca excepcional o el conservatório quizá no entraban entre las prioridades de la somera economía familiar. Y outro tanto sucederá com sus hijos. Esto es la cultura en la democracia contemporánea; (…) lo que quiere decir que el que tiene suerte y entra en contacto de niño con ese libro iluminador que desata una vocación creativa, tiene el camino hacia la excelencia mucho más despejado que en los tiempos en que los libros se imprimían a mano. Esta es la parte buena de la prosperidad tecnológica.
Sin embargo, el hecho de que el mercado marque hoy el canon literario o artistico, y de que sus creaciones sean consideradas estrictamente productos, nos hace dudar de que las nuevas generaciones sean más cultas e inteligentes – libres, por tanto, de espírito – que las pasadas. (…) En realidad, es una consecuencia de la coyuntura social, al tiempo que su causa: nos referimos a la ideología. (…) Pues la ideología de la crisis de las ideologias. Agotados y sin crédito los grandes relatos deterministas que estudia la filosofía de la historia vivimos más que nunca en la elusión de la funesta manía de pensar, es decir, en el puro presente.
(…) La publicidade es cada día más importante: en política, en las empresas, en la industria del ócio y del espectáculo. (…) Eso sí: hoy la élite cultural no tiene por qué asociarse a la ostentación, riqueza, abolengo o posición social; es más probable encontrar un hombre culto en un piso mediano que en una mansión ajardinada. (…) Esta concepción del darwinismo intelectual ligeramente nietzscheana que mantengo es absolutamente reaccionaria y políticamente incorrecta – porque la correccíon política quiere imponer la creencia de que todos somos iguales -, pero en la práctica la asume todo el mundo, sobre todo en los departamentos de recursos humanos de las empresas. Lo que se constata por doquier es que este equilibrio social saludable se ha descompensado en favor de los necios. (…) La respuesta, evidentemente, está en los libros. En leer mucho (mínimo, un libro a la semana). No cualquier libro, sino los buenos: aquellos que la gente que sepa mucho le confirme a uno que sean buenos libros. Leer no es un entretenimiento: es un acto de constitución antropológica y de formación moral. El que no lee a los clásicos no llega a ser del todo humano. Mientras no cierren las bibliotecas, algunos ejemplares de la especie pervivirán en su estadio civilizado.»
El bucle del mito pop
«La cultura pop es un sucedaneo de la alta cultura. Cuando la masa se rebelo y tomo el control – según el lúcido dictamen de Ortega -, descubrió que no era tan sencillo deleitarse con la ópera, puesto que exige una maduración previa de las papilas gustativas de la estética. Y como no entendián nada, entonces las massas inventaron el musical, o sea, una cultura pop (popular), una cultura a su medida, porque sin cultura no se puede vivir. Por supuesto, baja cultura había en tiempos de Shakespeare, y el propio Shakespeare disfrutaba también com las canciones tabernarias. A todos nos gustan los Beatles, y com razón. Com más razón aún Bob Dylan, por citar a alguien capaz a veces de lograr com los medios de massas los efectos de la elite. Pero el público que se emocionaba com los dramas shakesperianos estava formado, aparte de por aristocratas, por hosteleros y costureras. Y no imponían en los escenarios el género de la canción tabernaria, sino que aceptaba el magisterio del literato, y acababa ilustrándose. Esto es lo que ha cambiado. No que haya cultura popular, sino que nadie la distinga de la outra y que nadie le interese hacerlo. Y el que acierta a sugerir algún criterio de canonicidad distinto del mercado, no tiene ningún crédito.
La victoria de Warhol consistió en sacralizar lo banal, que es la función propia de la publicidad, o sea, el reverso exacto del arte genuino. Por supuesto, Warhol no fue ningún estúpido, puesto que se hizo inmensamente rico. Pero su público, al ser ya masa, le bastaba com una alfabetización exigua para admirar cosa tan facilona y, necio de suyo, encumbró al personaje y instituyó el modelo para otros visionários com su cohorte de necedad asombrada.(…) Antes, mal que bien, los ignaros hacían un esfuerzo por acercarse al arte: ahora, el arte se ha acercado tanto a los ignaros que ellos mismos se han hecho artistas. De ahí viene la generalización casi siempre certera de que lo comercial es basura. Libro que vende mucho, malo; canción que se oye mucho, mala. Por qué? Porque la mayoría de los compradores no ha estudiado en Harvard. Esto no es así siempre, y hay honrosas excepciones: precisamente porque hay autodidactas de clase media.Roland Barthes escribió Mitologias en 1957. Preconizaba el império de la posmodernidad, y desde posiciones entonces marxistas – luego evolucionó- censuró lo que consideraba decadentismo burgués sin saber que diagnosticaba el funcionamento de la industria cultural vigente cincuenta años después. (…) Sobre todo, se dio cuenta de que el mito proliferaba en las sociedades de consumo como sustituto de la razón, como una vuelta atrás en el paso civilizatorio griego del mythos al logos. Los mitos, vio Barthes, son la publicidad. (…) De hecho, hoy los medios de comunicación se desesperan por vender nuevos mitos, cuando la obscena vulgaridad de nuestro tiempo no ofrece outra cosa que iconos fugaces. Con Internet llega la apoteosis de la creación desvalorizada, publicable únicamente en razón de su particularidad. «Mira lo que hago» es la frase infantil que hoy basta para justificar el lanzamiento de un producto cultural. La pronuncia una nueva clase social, tecnificada y urbana, sedentária y cultivadora de una erudición fragmentaria y banal. Son los friquis. Invividuos socialmente deficientes los ha habido siempre: lo que caracteriza a los de hoy es su voluntad de proyección cibernética como medio de obtener un aval social que los redima de su marginalidad.»

[Jorge Bustos, jornalista e crítico literário, Nueva Revista, nº 119]

Continua.

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